Skip to main content

La evaluación previa del terreno para la siembra, permite conocer sus bondades y elegir adecuadamente los nutrientes que mejorarán el cultivo. La realización de este trabajo toma su tiempo, y debe cumplir ciertos estándares, especialmente por su alto costo y periodicidad.

La tomar de muestras de la tierra requiere planificación. Supone una sustancial diferencia la selección de una porción superficial, a otra que se encuentre a 50 centímetros de profundidad. Expertos recomiendan coger de la que está justo donde se desarrollan las raíces, a unos 40 cm, mientras que si se trata de tierra fácil de penetrar, se puede agarrar la que se halla a 70 cm.

Por sobre todas las cosas, se debe evitar mezclar las muestras que contengan distintas texturas, ya que produciría cambios indeseados en los parámetros para el análisis. Tampoco es prudente unir tierra de parcelas que reciben distintos cuidados. Incluso en muestras de espacios compartidos, es posible dilucidar variaciones.

Parámetros de rigor para evaluar el suelo del cultivo

Algunos puntos son invariables a la hora de estudiar la calidad de la tierra que será utilizada para sembrar. Esto incluye:

  • Textura: Se trata de la diversidad de partículas dispares que existen en la tierra. Es posible encontrar: tierra gruesa, suelos delgados o con mucha arcilla.
  • PH: Su estabilidad influye en que haya mayor cantidad de nutrientes disponibles para la evolución de la planta. Cuando es muy alto, la tierra no es fértil. La proporción se mide en una escala del 0 al 14, siendo los de PH7, neutros. Conforme el valor se aproxime a 0, el PH resulta más “ácido”, pero si se acerca a 14, se define como “básico”.

Estándares invariables

Es apropiado revisar una vez cada cinco años, ciertos estándares que se mantienen estables a través del tiempo:

  • Material orgánico: Vital para tener un suelo fértil, que produzca a toda su capacidad. Es posible saber a simple vista si la superficie posee altas concentraciones de materia orgánica porque la tierra luce más oscura. Esto influye en las distintas propiedades de la tierra y facilita disponer de los nutrientes necesarios para la planta. Dado que una de sus tareas es mantener el PH estable, disminuye el riesgo de erosión del suelo. Este tipo de «chequeos» se puede hacer cada 5-10 años.
  • Fósforo: Macronutriente que permite el crecimiento adecuado de la planta. Según los niveles de humedad, temperatura de la tierra y el tipo de raíces que crecen en el cultivo, este podrá obtener mayor o menor cantidad de fósforo del suelo. Sería idóneo medirlo cada 5 años.
  • Potasio: Incrementa la calidad del cultivo. Muchas de las técnicas utilizadas durante la siembra, pueden modificar su estructura. Tome en cuenta que tanto su carencia, como su exceso, puede podrir el fruto, pero también producir paja de mayor calidad. Se podrá establecer un buen plan de fertilización, si se corroboran sus niveles cada 5 años.
  • Nitrógeno: La proporción de nitrógeno nítrico y nitrógeno amoniacal es regularmente lo que se comprueba cada vez que se lleva a cabo un análisis de suelo. Las precipitaciones, la fertilización en sí misma y el tratamiento que se le de al suelo, puede interferir en estos valores, por lo que conviene hacer una revisión anual. Vale recordar que este es uno de los macronutrientes esenciales para el crecimiento adecuado de las plantaciones.

Hay tablas que ayudan a llevar el control de esto en detalle. Quien no sea experto, puede buscar apoyo especializado. Lo importante es hacer las anotaciones respectivas y verificar que todo marche acorde a los márgenes establecidos. Sobre esto, lo mejor es conseguir asesoría. Los resultados de estos estudios pueden indicar valores bajos, medios, óptimos, altos o muy altos.